Cuando la humanidad prevalece…
En diciembre de 1914, en varios puntos del frente occidental, los soldados dejaron de luchar espontáneamente. En la Nochebuena, los cantos y las velas reemplazaron el estruendo de los fusiles. Los soldados escucharon villancicos desde las trincheras enemigas y se unieron al canto. Británicos, franceses, belgas y alemanes salieron a la tierra de nadie, intercambiaron tabaco, chocolate y vino. Juntos enterraron a los muertos, y en algunos lugares se improvisaron partidos de fútbol.
Estas escenas fueron ampliamente difundidas por la prensa británica, y en enero de 1915 el *Daily Mirror* publicó fotografías de esos momentos memorables —aunque censuradas en el lado francés y belga—. Sin embargo, permanecen como un testimonio conmovedor de fraternidad y humanidad. Han quedado grabadas en la historia y se evocan aún como parte de las treguas de Navidad de 1914. La película *Joyeux Noël* de Christian Carion, estrenada en 2005, fue dedicada “a la memoria de los soldados que fraternizaron en la Nochebuena”.
La fraternización relatada por Carion en su película se inspira en lo ocurrido en las trincheras alrededor de Ypres. Al leer el libro de Yves Buffetaut *Batallas de Flandes y de Artois 1914–1918*, descubrió aquella increíble Navidad de 1914 en la que el autor evocaba fraternalizaciones entre enemigos.
“Los alemanes cantaron *Stille Nacht* —*Noche de Paz*— y el otro lado respondió. De pronto, la tierra de nadie, que normalmente era una zona de muerte, dejó de serlo. Fue la música la que tendió el puente. Muy pronto supe que *Joyeux Noël* sería una película musical.”
Condenadas por los Estados Mayores, que tomaron medidas para ponerles fin e impedir su repetición, las treguas de Navidad de 1914 estuvieron ausentes de los libros de historia durante mucho tiempo.
Esa misma humanidad reapareció en 1997, cuando soldados enviados por el gobierno de Moroni a Anjouan se negaron a disparar contra la población y prefirieron rendirse antes que disparar. Este episodio histórico fundamental está relatado en mi novela *Christine y su vida de aventuras en las Islas de la Luna*, en el capítulo sobre la secesión de Anjouan.
La historia no está hecha solo de batallas ganadas o perdidas. También está atravesada por esos instantes en los que, frente a la orden de disparar, los hombres deciden bajar sus fusiles. Son momentos raros, pero iluminan nuestra memoria colectiva como estrellas que se niegan a apagarse.
En 1974, en Portugal, los militares enviados a reprimir el movimiento democrático se negaron a disparar contra la multitud. Los civiles colocaron claveles en los cañones de sus fusiles. Esta “Revolución de los Claveles” puso fin a casi medio siglo de dictadura sin derramar una gota de sangre.
En 1989, en Leipzig, en la República Democrática Alemana, miles de manifestantes se reunían cada lunes. Se dio la orden de reprimir, pero algunos comandantes se negaron. Sus soldados permanecieron inmóviles. Ese gesto de contención abrió el camino para la caída pacífica del régimen de Alemania del Este.
En las inciertas horas del golpe de agosto de 1991 en la Unión Soviética, los tanques se apostaron en Moscú, listos para aplastar el levantamiento popular. Varias unidades desobedecieron, poniéndose del lado de los manifestantes. Esta fraternización inesperada contribuyó al fracaso del golpe de Estado y precipitó el fin de la URSS.
En la Plaza de Tiananmén, en 1989, algunos grupos de soldados se retiraron en lugar de abrir fuego. Su gesto no impidió la tragedia, pero dio testimonio de una elección personal: la de preservar la vida negándose a disparar.
Estos ejemplos, de Portugal a Moscú, de Leipzig a Anjouan, nos recuerdan una verdad que Pericles ya enunciaba hace 2400 años: no hay felicidad sin libertad, ni libertad sin coraje. Ese coraje consiste seguramente en defender a la patria y a los seres queridos cuando están amenazados, pero no siempre significa combatir.
A veces es decir no, es elegir deponer las armas.
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